TIC - Hackers, crackers, seguridad y libertad

Lección inaugural del curso académico de la UOC

Manuel Castells

Profesor sénior del Internet Interdisciplinary Institute (IN3) de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC)

El siguiente texto es sólo una parte del discurso realizado por Manuel Castells, extraído del la página: http://www.uoc.edu/web/esp/launiversidad/inaugural01/hackers.html

ACTIVIDADES

1) LEER todo el texto y realizar un glosario de las palabras o frases que no se entiendan. Luego, buscar sus significado.

2) Averiguar que significa ERA DE LA INFORMACION, SOCIEDAD DE LA INFORMACION y SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO.

3) Establecer las diferencias entre un Hacker y un Cracker.

4) Establecer las diferencias entre Richard Stallman y Linus Torvalds.

5) Enumerar cinco hackers y sus logros.

6) Enumerar los distintos tipos de crackers.

7) Averiguar que son FIREWALL (o CORTAFUEGO) y ENCRIPTACIÓN (puede asociarse a CRIPTOGRAFÍA).

8) Explique a que se debe la contradicción entre seguridad y libertad en la red.

Textos Adicionales

http://consultatusdudas.googlepages.com/archivosdeconsultatusdudas

[Hackers]

Los hackers y su cultura son una de las fuentes esenciales de la invención y continuo desarrollo de Internet. Los hackers no son lo que los medios de comunicación o los gobiernos dicen que son. Son, simplemente, personas con conocimientos técnicos informáticos cuya pasión es inventar programas y desarrollar formas nuevas de procesamiento de información y comunicación electrónica (Levy, 1984; Raymond, 1999). Para ellos, el valor supremo es la innovación tecnológica informática. Y, por tanto, necesitan también libertad. Libertad de acceso a los códigos fuente, libertad de acceso a la red, libertad de comunicación con otros hackers, espíritu de colaboración y de generosidad (poner a disposición de la comunidad de hackers todo lo que se sabe, y, en reciprocidad, recibir el mismo tratamiento de cualquier colega). Algunos hackers son políticos y luchan contra el control de los gobiernos y de las corporaciones sobre la red, pero la mayoría no lo son, lo importante para ellos es la creación tecnológica. Se movilizan, fundamentalmente, para que no haya cortapisas a dicha creación. Los hackers no son comerciales, pero no tienen nada contra la comercialización de sus conocimientos, con tal de que las redes de colaboración de la creación tecnológica sigan siendo abiertas, cooperativas y basadas en la reciprocidad.

La cultura hacker se organiza en redes de colaboración en Internet, aunque de vez en cuando hay algunos encuentros presenciales. Distintas líneas tecnológicas se agrupan en torno a grupos cooperativos, en los cuales se establece una jerarquía tecnológica según quiénes son los creadores de cada programa original, sus mantenedores y sus contribuidores. La comunidad suele reconocer la autoridad de los primeros innovadores, como es el caso de Linus Torvalds en la comunidad Linux. Pero sólo se reconoce la autoridad de quien la ejerce con prudencia y no la utiliza para su beneficio personal.

El movimiento hacker más político (en términos de política de libertad tecnológica) es el creado por Richard Stallman, un programador de MIT, que constituyó en los años ochenta la Free Software Foundation para defender la libertad de acceso a los códigos de UNIX cuando ATT trató de imponer sus derechos de propiedad sobre UNIX, el sistema operativo más avanzado y más compatible de su tiempo, y sobre el que se ha fundado en buena parte la comunicación de los ordenadores en la red. Stallman, que aprendió el valor de la libertad en el movimiento de libre expresión en sus tiempos de estudiante en Berkeley, sustituyó el copy right por el copy left. Es decir, que cualquier programa publicado en la red por su Fundación podía ser utilizado y modificado bajo licencia de la Fundación bajo una condición: difundir en código abierto las modificaciones que se fueran efectuando. Sobre esa base, desarrolló un nuevo sistema operativo, GNU, que sin ser Unix, podía utilizarse como UNIX. En 1991, un estudiante de 21 años de la Universidad de Helsinki, Linus Torvalds, diseñó su propio UNIX kernel para su PC 386 sobre la base de Fundación. Y, siguiendo las reglas del juego, publicó la fuente de su código en la red, solicitando ayuda para perfeccionarlo. Cientos de programadores espontáneos se pusieron a la tarea, desarrollando así el sistema operativo Linux (que recibió ese nombre del administrador del sistema en la Universidad de Helsinki, puesto que el nombre que Torvalds le había dado era el de Freix), considerado hoy en día el más avanzado del mundo, sobre todo para ordenadores en Internet, y la única alternativa actual a los programas de Microsoft. Linux cuenta en la actualidad con más de 30 millones de usuarios y está siendo promocionado por los gobiernos de Francia, de Brasil, de la India, de Chile, de China, entre otros, así como por grandes empresas como IBM. Siempre en código abierto y sin derechos de propiedad sobre él.

El filósofo finlandés Pekka Himanen (www.hackerethic.org) argumenta convincentemente que la cultura hacker es la matriz cultural de la era de la información, tal y como la ética protestante fue el sistema de valores que coadyuvó decisivamente al desarrollo del capitalismo, según el análisis clásico de Max Weber. Naturalmente, la mayoría de los capitalistas no era protestante ni la mayoría de los actores de la sociedad de la informacion es hacker. Pero lo que esto significa es lo siguiente: una gran transformación tecnoeconómica necesita un caldo de cultivo en un sistema de valores nuevo que motive a la gente para hacer lo que hace. En el caso del capitalismo, fue la ética del trabajo y de la acumulación de capital en la empresa como forma de salvación personal (lo cual, desde luego, no impidió, sino que justificó, la explotación de los trabajadores).

En la era de la información, la matriz de todo desarrollo (tecnológico, económico, social) está en la innovación, en el valor supremo de la innovación que, potenciada por la revolución tecnológica informacional, incrementa exponencialmente la capacidad de generación de riqueza y de acumulación de poder. Pero innovar no es un valor obvio. Debe estar asociado a una satisfacción personal, del tipo que sea, ligado al acto de la innovación. Eso es la cultura hacker, según Himanen. El placer de crear por crear. Y eso mueve el mundo, sobre todo el mundo en que la creación cultural, tecnológica, científica y también empresarial, en su aspecto no crematístico, se convierte en fuerza productiva directa por la nueva relación tecnológica entre conocimiento y producción de bienes y servicios. Se podría argumentar que, así definido, hay hackers en todas partes y no sólo en la informática. Y ése es, en realidad, el argumento de Himanen: que todo el mundo pueder ser hacker en lo que hace y que cualquiera que esté movido por la pasión de crear en su actividad propia está motivado por una fuerza superior a la de la ganancia económica o la satisfacción de sus instintos. Lo que ocurre es que la innovación tecnológica informática tiene el piñón directo sobre la rueda del cambio en la era de la información, de ahí que la cultura hacker se manifieste de forma particularmente espectacular en las tecnologías de información y en Internet.

En realidad, los hackers han sido fundamentales en el desarrollo de Internet. Fueron hackers académicos quienes diseñaron los protocolos de Internet. Un hacker, Ralph Tomlinson, trabajador de la empresa BBN, inventó el correo electrónico en 1970, para uso de los primeros internautas, sin comercialización alguna. Hackers de los Bell Laboratories y de la Universidad de Berkeley desarrollaron UNIX. Hackers estudiantes inventaron el módem. Las redes de comunicación electrónica inventaron los tablones de anuncio, los chats, las listas electrónicas y todas las aplicaciones que hoy estructuran Internet. Y Tim Berners-Lee y Roger Cailliau diseñaron el browser/editor World Wide Web, por la pasión de programar, a escondidas de sus jefes en el CERN de Ginebra, en 1990, y lo difundieron en la red sin derechos de propiedad a partir de 1991. También el browser que popularizó el uso del World Wide Web, el Mosaic, fue diseñado en la Universidad de Illinois por otros dos hackers (Marc Andreesen y Eric Bina) en 1992. Y la tradición continúa: en estos momentos, dos tercios de los servidores de web utilizan Apache, un programa servidor diseñado y mantenido en software abierto y sin derechos de propiedad por una red cooperativa.

En una palabra, los hackers informáticos han creado la base tecnológica de Internet, el medio de comunicación que constituye la infraestructura de la sociedad de la información. Y lo han hecho para su propio placer, o, si se quiere, por el puro goce de crear y compartir la creación y la competición de la creación. Ciertamente, unos pocos de entre ellos también se hicieron ricos como empresarios, pero mediante aplicaciones de sus innovaciones, no mediante la apropiación de la innovación cooperativa en su propio beneficio (aunque el caso de Andreesen es menos claro, en este sentido). Otros obtuvieron buenos puestos de trabajo, pero sin ceder en sus principios como hackers. También hubo quien se hizo famoso, como Linus Torvalds, pero su fama vino de su reconocimiento de la comunidad de hackers, que implica el respeto a sus reglas de libertad y cooperación. Los más permanecieron anónimos para el mundo y llevan y llevaron una vida modesta. Pero obtuvieron, mediante su práctica de innovación cooperativa, la más alta recompensa a la que aspira un hacker, el reconocimiento como tal por parte de la única autoridad que puede otorgar dicha distinción: la comunidad global de hackers, fuente esencial de innovación en la era de la información.

[Crackers]

En los márgenes de la comunidad hacker se sitúan los crackers. Los crackers, temidos y criticados por la mayoría de hackers, por el desprestigio que les supone ante la opinión pública y las empresas, son aquellos que utilizan sus conocimientos técnicos para perturbar procesos informáticos (Haffner y Markoff, 1995).

Hay muy distintos tipos de crackers, pero no considero entre ellos a aquellos que penetran en ordenadores o redes de forma ilegal para robar: éstos son ladrones de guante blanco, una vieja tradición criminal. Muchos crackers pertenecen a la categoría de script kiddies, es decir, bromistas de mal gusto, muchos de ellos adolescentes, que penetran sin autorización en sistemas o crean y difunden virus informáticos para sentir su poder, para medirse con los otros, para desafiar al mundo de los adultos y para chulear con sus amigos o con sus referentes en la red. La mayoría de ellos tiene conocimientos técnicos limitados y no crea ninguna innovación, por lo que son, en realidad, marginales al mundo hacker. Otros crackers, más sofisticados, penetran en sistemas informáticos para desafiar personalmente a los poderes establecidos, por ejemplo, a Microsoft o las grandes empresas. Y algunos utilizan su capacidad tecnológica como forma de protesta social o política, como expresión de su crítica al orden establecido. Ellos son quienes se introducen en sistemas militares, administraciones públicas, bancos o empresas para reprocharles alguna fechoría. Entre los ataques de crackers con motivación política hay que situar los practicados por movimientos políticos o por servicios de inteligencia de los gobiernos, como la guerra informática desarrollada entre los crackers islámicos e israelíes o entre los pro-chechenos y los servicios rusos.

En suma, en la medida en que los sistemas informáticos y las comunicaciones por Internet se han convertido en el sistema nervioso de nuestras sociedades, la interferencia con su operación a partir de una capacidad técnica de actuación en la red es un arma cada vez más poderosa, que puede ser utilizada por distintos actores y con distintos fines. Éstas son las acciones de los crackers, que deben ser absolutamente deslindados de los hackers, a cuya constelación pertenecen, pero con quienes no se confunden.

[Seguridad y Libertad]

La vulnerabilidad de los sistemas informáticos plantea una contradicción creciente entre seguridad y libertad en la red. Por un lado, es obvio que el funcionamiento de la sociedad y sus instituciones y la privacidad de las personas no puede dejarse al albur de cualquier acción individual o de la intromisión de quienes tienen el poder burocrático o económico de llevarla a cabo. Por otro lado, como ocurre en la sociedad en general, con el pretexto de proteger la información en la red se renueva el viejo reflejo de control sobre la libre comunicación.

El debate sobre seguridad y libertad se estructura en torno a dos polos: por un lado, la regulación político-jurídica de la red; por otro, la autoprotección tecnológica de los sistemas individuales. Naturalmente, hay fórmulas intermedias, pero, en general, dichas fórmulas mixtas tienden a gravitar hacia la regulación institucional de la comunicación electrónica. Quienes defienden la capacidad de autorregulación de la red argumentan que existen tecnologías de protección que son poco vulnerables, sobre todo cuando se combinan los fire walls (o filtros de acceso) de los sistemas informáticos con las tecnologías de encriptación, que hacen muy difíciles de interceptar los códigos de acceso y el contenido de la comunicación. Es así como están protegidos los ordenadores del Pentágono, de los bancos suizos o de Scotland Yard. La mayor parte de las instituciones de poder y de las grandes empresas tiene sistemas de seguridad a prueba de cualquier intento de penetración que no cuente con capacidad tecnológica e informática similar. Cierto que hay una carrera incesante entre sistemas de ataque informático y de protección de éstos, pero por esto mismo, el corazón de dichos sistemas es poco vulnerable para el común de los hackers.

Ahora bien, al estar los sistemas informáticos conectados en red, la seguridad de una red depende en último término de la seguridad de su eslabón más débil, de forma que la capacidad de penetración por un nodo secundario puede permitir un ataque a sus centros más protegidos. Esto fue lo que ocurrió en el año 2000 cuando los crackers se introdujeron en el sistema de Microsoft y obtuvieron códigos confidenciales, a partir de la penetración en el sistema personal de un colaborador de Microsoft que tenía acceso a la red central de la empresa. Es manifiestamente imposible proteger el conjunto de la red con sistemas de fire walls y encriptación automática. Por ello, sólo la difusión de la capacidad de encriptación y de autoprotección en los sistemas individuales podría aumentar la seguridad del sistema en su conjunto. En otras palabras, un sistema informático con capacidad de computación distribuida en toda la red necesita una protección igualmente distribuida y adaptada por cada usuario a su propio sistema. Pero eso equivale a poner en manos de los usuarios el poder de encriptación y autoprotección informática. Algo que rechazan los poderes políticos con el pretexto de la posible utilización de esta capacidad por los criminales (en realidad, las grandes organizaciones criminales tienen la misma capacidad tecnológica y de encriptación que los grandes bancos). En último término, la negativa de las administraciones a permitir la capacidad de encriptación y de difusión de tecnología de seguridad entre los ciudadanos conlleva la creciente vulnerabilidad de la red en su conjunto, salvo algunos sistemas absolutamente aislados y, en última instancia, desconectados de la red.

De ahí que gobiernos y empresas busquen la seguridad mediante la regulación y la capacidad represiva de las instituciones más que a través de la autoprotección tecnológica de los ciudadanos. Es así como se reproduce en el mundo de Internet la vieja tensión entre seguridad y libertad.

Referencias bibliográficas

HAFFNER, K.; MARKOFF, J. (1995). Cyberpunks: outlaws and hackers in the computer frontier. New York: Touchstone Books.

HIMANEN, P. (2001). The hacker ethic and the spirit of the Information Age. Prólogo de Linus Torvalds. New York: Random House (en castellano, Destino, 2002).

LEVY, S. (1984). Hackers. Heroes of the computer revolution. New York: Penguin.

RAYMOND, E. (1999). The cathedral and the bazaar. Musings on Linux and Open Source by an accidental revolutionary. Sebastopol, California: O' Reilly (en castellano, Alianza Editorial, 2002).

[Fecha de publicación: octubre 2001]

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